Esta historia, que se desarrolla en Sicilia, pertenece al decimotercero libro de las Metamorfosis de Ovidio. En ella Galatea, quien ama a Acis, empieza a contar cómo actúa Polifemo, el cíclope, al enamorarse de ella. Luego será este quien tome la palabra hasta casi el final, que será narrado por Galatea de nuevo.
El texto original se puede ver en los versos 570- 897 pinchando en este enlace: http://www.thelatinlibrary.com/ovid/ovid.met13.shtml
El texto original se puede ver en los versos 570- 897 pinchando en este enlace: http://www.thelatinlibrary.com/ovid/ovid.met13.shtml
De Fauno y la ninfa Simétide había Acis nacido,
gran placer de su padre y madre sin duda,
pero mío mayor; pues sólo a él me había unido.
Hermoso y con ocho años dos veces cumplidos,
con vello dudoso había marcado sus tiernas mejillas:
deseaba yo a este, a mí sin límite alguno el Cíclope;
y si preguntaras, decir no podría si en mí
fue más manifiesto el odio al
Cíclope o el amor a Acis:
par fue uno y otro. ¡Oh, cuán grande es la fuerza
de tu reino, Venus1 nutricia! Conque aquel, salvaje
y para los propios bosques espantoso, y por huésped
alguno no visto sin peligro]
y despreciador del
gran Olimpo con sus dioses,
qué es el amor sintió y por su deseo hacia mí capturado,
se abrasa de sus ganados y sus cuevas olvidado.
Y ya por el aspecto, ya la preocupación por agradar tienes,
ya tus rígidos cabellos, Polifemo, peinas con rastrillos,
ya te place cortar con la hoz tu hirsuta barba,
y en el agua contemplar y recomponer tu fiero semblante;
el amor a la matanza y la fiereza y la sed inmensa de sangre
cesan, y vienen y se alejan seguras las naves.
Télemo entretanto, que al siciliano Etna había sido llevado,
Télemo el Eurímida, al que ningún augurio había engañado,
al terrible Polifemo acude y dijo: <<esa única luz2
que llevas en el centro de tu frente, te la quitará Ulises>>.
Rió y dijo: <<¡Oh, el más necio de los adivinos, te
engañas!
Otra ya me la ha quitado>>. Así, al que verdades en
vano advierte,
lo desprecia y o marchando con ingente paso
las playas hunde o cansado regresa bajo su cueva umbrosa.
Hacia el ponto sobresale, con luenga cumbre, acuñada
una colina y baña una y otra costa la ola de la superficie.
Aquí fiero sube el Cíclope y en el centro se sienta;
lanudas reses sin nadie que las guíe lo siguieron.
Después de que por él fue colocado ante sus pies un pino,
que le proporcionó el servicio de bastón,
apto para soportar
antenas,]
y de que tomada fue una fístula formada con cien cañas,
sintieron los montes enteros pastoriles silbidos,
los sintieron las olas. Estando escondida yo en la peña
y en el regazo de mi Acis estando sentada, con mis oídos
a lo lejos percibí tales palabras al ser dichas y oídas, las
anoté:
<<más cándida, Galatea, que la hoja de un níveo
ligustro,
más florida que los prados, más alta que un alargado aliso,
más brillante que el vidrio, más lasciva que un tierno
cabrito,
más pulida que las conchas desgarradas por la incesante
superficie,
más agradable que el sol en invierno, que la sombra en
verano,
más excelente que los frutos, más vistoso que un elevado
plátano,
más luminosa que el hielo, más dulce que la madura uva,
más tiernas que las plumas de un cisne y que la cuajada
leche,
y si no huyes, más hermosa que un regado huerto:
sin embargo, Galatea, más salvaje que los indómitos novillos,
más dura que la añosa encina, más falaz que las olas,
más tenaz que las ramas del sauce y las blancas vides,
más inamovible que estas rocas, más violenta que la
corriente un río,
más altanera que un elogiado pavo, más ardiente que el
fuego,
más áspera que los tríbulos, más truculenta que una osa
recién parida,
más sorda que las profundidades, más salvaje que una pisada hidra,
y lo que especialmente quisiera poder quitarte,
no sólo más fugaz que un ciervo perseguido por sonoros
ladridos,
sino también que los vientos y la alada brisa
(pero si bien me conocieras, te pesaría huir
y tú misma condenarías tus reparos y en retenerme te
esforzarías).
Tengo yo, parte del
monte, cuevas colgantes de viva roca,
en las que ni el sol se siente a mediados de verano
ni se siente el invierno; hay frutos cargando ramos;
hay uvas similares al oro en luengas vides,
las hay también purpúreas: te servimos tanto estas como
aquellas.
Tú misma recolectarás con tus manos tiernas fresas
nacidas bajo sombra silvestre, tú misma frutos del cornejo
otoñales
y ciruelas, no sólo lívidas de negro jugo,
sino también generosas3 y que imitan a las nuevas ceras;
siendo tu esposo, ni te faltarán castañas
ni frutos del madroño: todo árbol estará a tu servicio.
Todo este ganado es mío; también muchas cabezas
pastan por mis
valles, a muchas el bosque las oculta,
y otras están metidas en cuevas.
Y si acaso me preguntas, no podría decirte cuántas son.
¡De pobres es contar el ganado! Sobre las glorias de estas
nada me podrías creer: tú misma en persona puedes ver
cómo apenas rodean con las patas sus ubres hinchadas.
Tengo, camada menor, corderos en tibios rediles,
tengo también, de igual edad, en otros rediles cabritos.
Tengo siempre a mano nívea leche: una parte de ahí se conserva
para ser bebida, la otra la endurecen los coágulos líquidos.
Y no sólo mascotas fáciles y regalos corrientes te
tocarán, gamos y liebres y un macho cabrío
y un par de palomas y un nido quitado de su copa:
he encontrado en lo alto de los montes los cachorros gemelos
de una osa velluda que podrían jugar contigo,
tan semejantes entre ellos que apenas podrías
diferenciarlos;
los encontré y dije: <<a mí ama le serviremos estos>>.
¡Ahora saca ya la nítida cabeza del azulado ponto4,
ven ya, Galatea, y no desprecies mis regalos!
Yo desde luego me conozco y me he visto hace poco
en el reflejo del agua líquida y a mí, al verlo,
me ha gustado mi
aspecto.]
Observa cuán grande soy: no es Júpiter en el cielo más
grande
que este cuerpo (pues vosotros soléis contar que no sé qué
Júpiter reina), abundante cabellera sobresale a mi torvo
rostro
y los hombros, como bosques, cubre,
y no consideres repugnante el hecho de que mi cuerpo
se erice densísimo de rígidas cerdas: feo el árbol sin su
follaje,
feo el caballo si sus crines no adornan su amarillenta cerviz;
pluma cubre las aves, para las ovejas su lana sirve de gala:
la barba y las erizadas cerdas en el cuerpo les sientan bien
a los varones.
Una sola es la luz en medio de mi frente, pero tan grande
como un ingente escudo. ¿Y qué? ¿No ve el gran Sol todas
estas cosas
desde el cielo? Sin embargo, el Sol tiene un único disco.
Añade que mi padre5 reina en vuestra marina superficie:
a este te doy como suegro. ¡Compadécete solamente y los
ruegos
del suplicante escucha! Sólo ante ti sucumbo,
y yo que desprecio a Júpiter y el cielo y el penetrante
rayo,
Nereida, te venero; es tu ira más cruel que el rayo.
Y yo sería más soportador de este desprecio
si huyeras de todos: pero, ¿por qué, rechazado el Cíclope,
amas a Acis y prefieres a Acis a mis abrazos?
Será lícito, sin embargo, que él a sí mismo se agrade
y que te agrade a ti, lo cual yo no quisiera, Galatea:
con tal de que se me de la oportunidad,
comprenderá que fuerzas tengo en proporción
a mi cuerpo tan grande.]
Arrancaré sus entrañas vivas y por los campos esparciré
sus miembros descuartizados, y por tus olas (¡que así se te
mezcle!).
Pues me abraso y atizado, hierve más ardiente el fuego,
y me parece con sus fuerzas llevar, trasladado, el Etna
en el pecho: ¡y tú no
te conmueves, Galatea!>>.
Habiendo deplorado en vano tales cosas (pues todo yo lo
presenciaba)
se levanta y como un toro furibundo por haberle sido
arrebatada su vaca,
estarse quieto no puede y vaga por el bosque y los sotos
conocidos:
cuando fiero nos ve a mí y a Acis, sin darnos cuenta
y sin temer algo semejante, exclama: <<os veo y haré
que ese sea la última unión de vuestra Venus>>.
Y fue la voz aquella tan grande como un cíclope airado
debió tenerla: con el clamor se horrorizó el Etna.
Pero yo, asustada, me sumerjo bajo la cercana superficie;
el héroe del Simeto6 habíase dado a la fuga
y había dicho: <<¡Galatea, tráeme ayuda, te lo
suplico!
¡Ayudadme, padres, y acoged en vuestro reino al que va a
morir!>>.
Lo sigue el Cíclope y una parte arrancada del monte
arroja, y aunque el extremo de la esquina de la piedra
llegó hasta él, enterró sin embargo a Acis por completo;
pero yo hice lo que sólo estaba permitido por los hados que
se hiciera,
que Acis recibiera fuerzas ancestrales.
Desde la mole manaba purpúrea la sangre, y en poco tiempo
el rojo color empezó a desvanecerse,
y al principio se hace el color de un río turbado por la
lluvia
y con el tiempo se limpia; luego, herida, se abre la mole
y por las grietas surge una viva y elevada caña,
y la hueca boca de la piedra suena desbordándose las aguas:
y, cosa admirable, de repente se elevó hasta medio vientre
un joven ceñido de nuevos cuernos con cañas flexibles,
quien, salvo porque mayor, porque cerúleo en su rostro
entero,
Acis era. Pero sin embargo, también así era Acis en río
convertido y conservaron sus corrientes el antiguo nombre.
- Venus1: Diosa del amor.
- Venus1: Diosa del amor.
- Luz2: El cíclope tenía un único ojo, que se lo arrebató Ulises junto con sus compañeros.
- Generosas3: Tipo de ciruela.
- Azulado ponto4: Galatea es una divinidad marina hija de Nereo.
- Mi padre5: Polifemo era hijo de Neptuno, dios del mar.
- Héroe del Simeto6: Acis.
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