Bucólica II, Virgilio

Esta es la segunda de la diez églogas de Virgilio y el gran referente del Polifemo y Galatea de Ovidio. El texto original puede verse aquí: http://www.thelatinlibrary.com/vergil/ec2.shtml


El pastor Coridón ardía por el hermoso Alexis,
delicias de su dueño, y qué esperar no tenía.
Solamente entre densas hayas, cimas umbrosas,
asiduamente venía.  Allí estas confusas palabras
él solo a montes y bosques con afán inane lanzaba:

<<Oh, cruel Alexis, ¿en nada estimas mis cantos?
¿De lo nuestro no te compadeces en nada?
¿A morir finalmente me obligas?].
Buscan  las reses todavía ahora las sombras y el frío,
ahora además los zarzales verdes lagartos ocultan,
y Testílide a golpes muele para los segadores fatigados
por el calor arrebatador ajos, serpol y olorosas hierbas.
Y resuenan conmigo bajo el sol ardiente los arbustos
con roncas cigarras, mientras tus huellas lustro.
¿Acaso no te fue bastante las funestas iras de Amarilis
y sus soberbios enfados soportar?
¿Acaso a Menalcas,
aunque aquel negro, aunque tú cándido fueses?
Oh, hermoso muchacho, demasiado en el color no confíes:
los blancos ligustros caen, los arándanos negros se recolectan.
Despechado por ti soy y quién soy, Alexis, no preguntas,
cuán rico en ganado, cuán en nívea leche abundante.
Mil corderas mías yerran en los sicilianos montes;
la leche en verano nueva no me falta, ni en el frío.
Canto lo que solía, si alguna vez a sus rebaños llamaba,
Anfión de Dirce en el Arancinto de Acaya.
Y no soy tan feo: poco ha que en la orilla me he visto,
mientras tranquilo de viento el mar permanecía. Yo a Dafnis,
contigo como juez, no temeré, si es que nunca engaña la imagen.
¡Oh, que sólo te agrade habitar conmigo sórdidos campos
y humildes casas y cazar ciervos,
y reunir la grey de cabritos con verde malvavisco!
Conmigo a una en los bosques imitarás a Pan cantando
(Pan primero decidió unir muchos cálamos con cera,
Pan se preocupa por las ovejas y los maestros de las ovejas),
y que no te apene con el cálamo haber trillado tus labios:
para conocer esto mismo, ¿qué no hacía Amintas?
Tengo, compactada con siete cicutas dispares,
una fístula, que en otro tiempo me dio Damoetas como regalo,
y dijo al morir: <<a ti ahora te tiene esta como el segundo>>;
lo dijo Damoetas; me envidió el necio de Amintas.
Además, encontrados por mí en un valle sin tutela,
dos cabritillos, cubiertas aún ahora sus pieles de blanco,
cada dos días secan las ubres de la oveja; estos te sirvo.
Ya hace tiempo que por apartarlos de mí suplica Testílide;
y lo hará, puesto que desprecias mis regalos.
Estate acá, hermoso muchacho: a ti lirios en canastos
llenos, helos aquí, te llevan las Ninfas; para ti la cándida Náyade,
pálidas violas y lo alto de las amapolas arrancando,
el narciso y la flor del bienoliente aneto une;
luego,  con canela y otras suaves hierbas tejiéndolos,
tiernos arándonos pinta con amarillenta margarita.
Yo mismo recogeré manzanas canas de vello tierno
y castañas, las cuales mi Amarilis amaba;
añadiré céreas ciruelas (honor será también para este fruto),
y a vosotros, ¡oh, laureles!, os arrancaré y a ti,  cercano mirto,
así colocados porque mezcláis suaves olores.
Bobo eres, Coridón: ni por los regalos se preocupa Alexis,
ni, si por regalos disputaras, te los cedería Jolas.
¡Ay, ay!, ¿qué he querido para mí, miserable? Perdido, en las flores
el Austro he metido y en líquidos manantiales los jabalíes.
¿De quién huyes, demente? Habitaron dioses también los bosques
y el dardanio Paris. Palas, las ciudadelas que fundó,
ella misma cuida; a nosotros nos plazcan ante todo los bosques.
La torva leona al lobo sigue, el lobo mismo a la cabra,
la lasciva cabra persigue el floreciente cítiso,
a ti Coridón, ¡oh, Alexis!: a cada uno lo arrastra su apetito.
Mira, los novillos llevan los arados suspendidos a su yugo,
 y el sol que desciende duplica las sombras  que crecen;
a mí sin embargo me abrasa el amor: pues, ¿qué medida existe
 para el amor?]
¡Ay, Coridón, Coridón! ¡Qué demencia te ha capturado!
Medio podada por ti está la frondosa vid en el olmo:
¿por qué al menos no preparas entretejer algo mejor
con mimbre y tierno junco, de cuya utilidad careces?
Encontrarás, si este te fastidia, a otro Alexis>>.

Polifemo y Galatea, de Ovidio

Esta historia, que se desarrolla en Sicilia, pertenece al decimotercero libro de las Metamorfosis de Ovidio. En ella Galatea, quien ama a Acis, empieza a contar cómo actúa Polifemo, el cíclope, al enamorarse de ella. Luego será este quien tome la palabra hasta casi el final, que será narrado por Galatea de nuevo.
El texto original se puede ver en los versos 570- 897 pinchando en este enlace: http://www.thelatinlibrary.com/ovid/ovid.met13.shtml


De Fauno y la ninfa Simétide había Acis nacido,
gran placer de su padre y madre sin duda,
pero mío mayor; pues sólo a él me había unido.
Hermoso y con ocho años dos veces cumplidos,
con vello dudoso había marcado sus tiernas mejillas:
deseaba yo a este, a mí sin límite alguno el Cíclope;
y si preguntaras, decir no podría si en mí
fue más manifiesto el odio al Cíclope o el amor a Acis:
par fue uno y otro. ¡Oh, cuán grande es la fuerza
de tu reino, Venusnutricia! Conque aquel, salvaje
y para los propios bosques espantoso, y por huésped
alguno no visto sin peligro]
y despreciador del gran Olimpo con sus dioses,
qué es el amor sintió y por su deseo hacia mí capturado,
se abrasa de sus ganados y sus cuevas olvidado.
Y ya por el aspecto, ya la preocupación por agradar tienes,
ya tus rígidos cabellos, Polifemo, peinas con rastrillos,
ya te place cortar con la hoz tu hirsuta barba,
y en el agua contemplar y recomponer tu fiero semblante;
el amor a la matanza y la fiereza y la sed inmensa de sangre
cesan, y vienen y se alejan seguras las naves.
Télemo entretanto, que al siciliano Etna había sido llevado,
Télemo el Eurímida, al que ningún augurio había engañado,
al terrible Polifemo acude y dijo: <<esa única luz2
que llevas en el centro de tu frente, te la quitará  Ulises>>.
Rió y dijo: <<¡Oh, el más necio de los adivinos, te engañas!
Otra ya me la ha quitado>>. Así, al que verdades en vano advierte,
lo desprecia y o marchando con ingente paso
las playas hunde o cansado regresa bajo su cueva umbrosa.
Hacia el ponto sobresale, con luenga cumbre, acuñada
una colina y baña una y otra costa la ola de la superficie.
Aquí fiero sube el Cíclope y en el centro se sienta;
lanudas reses sin nadie que las guíe lo siguieron.
Después de que por él fue colocado ante sus pies un pino,
que le proporcionó el servicio de bastón,
apto para soportar antenas,]
y de que tomada fue una fístula formada con cien cañas,
sintieron los montes enteros pastoriles silbidos,
los sintieron las olas. Estando escondida yo en la peña
y en el regazo de mi Acis estando sentada, con mis oídos
a lo lejos percibí tales palabras al ser dichas y oídas, las anoté:
<<más cándida, Galatea, que la hoja de un níveo ligustro,
más florida que los prados, más alta que un alargado aliso,
más brillante que el vidrio, más lasciva que un tierno cabrito,
más pulida que las conchas desgarradas por la incesante superficie,
más agradable que el sol en invierno, que la sombra en verano,
más excelente que los frutos, más vistoso que un elevado plátano,
más luminosa que el hielo, más dulce que la madura uva,
más tiernas que las plumas de un cisne y que la cuajada leche,
y si no huyes, más hermosa que un regado huerto:
sin embargo, Galatea, más salvaje que  los indómitos novillos,
más dura que la añosa encina, más falaz que las olas,
más tenaz que las ramas del sauce y las blancas vides,
más inamovible que estas rocas, más violenta que la corriente un río,
más altanera que un elogiado pavo, más ardiente que el fuego,
más áspera que los tríbulos, más truculenta que una osa recién parida,
más sorda que las profundidades,  más salvaje que una pisada hidra,
y lo que especialmente quisiera poder quitarte,
no sólo más fugaz que un ciervo perseguido por sonoros ladridos,
sino también que los vientos y la alada brisa
(pero si bien me conocieras, te pesaría huir
y tú misma condenarías tus reparos y en retenerme te esforzarías).
Tengo yo,  parte del monte, cuevas colgantes de viva roca,
en las que ni el sol se siente a mediados de verano
ni se siente el invierno; hay frutos cargando ramos;
hay uvas similares al oro en luengas vides,
las hay también purpúreas: te servimos tanto estas como aquellas.
Tú misma recolectarás con tus manos tiernas fresas
nacidas bajo sombra silvestre, tú misma frutos del cornejo otoñales
y ciruelas, no sólo lívidas de negro jugo,
sino también generosas3 y que imitan a las nuevas ceras;
siendo tu esposo, ni te faltarán castañas
ni frutos del madroño: todo árbol estará a tu servicio.
Todo este ganado es mío; también muchas cabezas
pastan  por mis valles, a muchas el bosque las oculta,
y otras están metidas en cuevas.
Y si acaso me preguntas, no podría decirte cuántas son.
¡De pobres es contar el ganado! Sobre las glorias de estas
nada me podrías creer: tú misma en persona puedes ver
cómo apenas rodean con las patas sus ubres hinchadas.
Tengo, camada menor, corderos en tibios rediles,
tengo también, de igual edad, en otros rediles cabritos.
Tengo siempre a mano nívea leche: una parte de ahí se conserva
para ser bebida, la otra la endurecen los coágulos líquidos.
Y no sólo mascotas fáciles y regalos corrientes te
tocarán, gamos y liebres y un macho cabrío
y un par de palomas y un nido quitado de su copa:
he encontrado en lo alto de los montes los cachorros gemelos
de una osa velluda que podrían jugar contigo,
tan semejantes entre ellos que apenas podrías diferenciarlos;
los encontré y dije: <<a mí ama le serviremos estos>>.
¡Ahora saca ya la nítida cabeza del azulado ponto4,
ven ya, Galatea, y no desprecies mis regalos!
Yo desde luego me conozco y me he visto hace poco
en el reflejo del agua líquida y a mí, al verlo,
me ha gustado mi aspecto.]
Observa cuán grande soy: no es Júpiter en el cielo más grande
que este cuerpo (pues vosotros soléis contar que no sé qué
Júpiter reina), abundante cabellera sobresale a mi torvo rostro
y los hombros, como bosques, cubre,
y no consideres repugnante el hecho de que mi cuerpo
se erice densísimo de rígidas cerdas: feo el árbol sin su follaje,
feo el caballo si sus crines no adornan su amarillenta cerviz;
pluma cubre las aves, para las ovejas su lana sirve de gala:
la barba y las erizadas cerdas en el cuerpo les sientan bien a los varones.
Una sola es la luz en medio de mi frente, pero tan grande
como un ingente escudo. ¿Y qué? ¿No ve el gran Sol todas estas cosas
desde el cielo? Sin embargo, el Sol tiene un único disco.
Añade que mi padre5 reina en vuestra marina superficie:
a este te doy como suegro. ¡Compadécete solamente y los ruegos
del suplicante escucha! Sólo ante ti sucumbo,
y yo que desprecio a Júpiter y el cielo y el penetrante rayo,
Nereida, te venero; es tu ira más cruel que el rayo.
Y yo sería más soportador de este desprecio
si huyeras de todos: pero, ¿por qué, rechazado el Cíclope,
amas a Acis y prefieres a Acis a mis abrazos?
Será lícito, sin embargo, que él a sí mismo se agrade
y que te agrade a ti, lo cual yo no quisiera, Galatea:
con tal de que se me de la oportunidad,
comprenderá que fuerzas tengo en proporción
a mi cuerpo tan grande.]
Arrancaré sus entrañas vivas y por los campos esparciré
sus miembros descuartizados, y por tus olas (¡que así se te mezcle!).
Pues me abraso y atizado, hierve más ardiente el fuego,
y me parece con sus fuerzas llevar, trasladado, el Etna
en el pecho: ¡y tú no te conmueves, Galatea!>>.
Habiendo deplorado en vano tales cosas (pues todo yo lo presenciaba)
se levanta y como un toro furibundo por haberle sido arrebatada su vaca,
estarse quieto no puede y vaga por el bosque y los sotos conocidos:
cuando fiero nos ve a mí y a Acis, sin darnos cuenta
y sin temer algo semejante, exclama: <<os veo y haré
que ese sea la última unión de vuestra Venus>>.
Y fue la voz aquella tan grande como un cíclope airado
debió tenerla: con el clamor se horrorizó el Etna.
Pero yo, asustada, me sumerjo bajo la cercana superficie;
el héroe del Simeto6 habíase dado a la fuga
y había dicho: <<¡Galatea, tráeme ayuda, te lo suplico!
¡Ayudadme, padres, y acoged en vuestro reino al que va a morir!>>.
Lo sigue el Cíclope y una parte arrancada del monte
arroja, y aunque el extremo de la esquina de la piedra
llegó hasta él, enterró sin embargo a Acis por completo;
pero yo hice lo que sólo estaba permitido por los hados que se hiciera,
que Acis recibiera fuerzas ancestrales.
Desde la mole manaba purpúrea la sangre, y en poco tiempo
el rojo color empezó a desvanecerse,
y al principio se hace el color de un río turbado por la lluvia
y con el tiempo se limpia; luego, herida, se abre la mole
y por las grietas surge una viva y elevada caña,
y la hueca boca de la piedra suena desbordándose las aguas:
y, cosa admirable, de repente se elevó hasta medio vientre
un joven ceñido de nuevos cuernos con cañas flexibles,
quien, salvo porque mayor, porque cerúleo en su rostro entero,
Acis era. Pero sin embargo, también así era Acis en río
convertido y conservaron sus corrientes el antiguo nombre.

- Venus1: Diosa del amor.
- Luz2: El cíclope tenía un único ojo, que se lo arrebató Ulises junto con sus compañeros.
- Generosas3: Tipo de ciruela.
- Azulado ponto4: Galatea es una divinidad marina hija de Nereo. 
- Mi padre5: Polifemo era hijo de Neptuno, dios del mar.
- Héroe del Simeto6: Acis.

Cinco epigramas de Marcial

~
Carmina Paulus emit, recitat sua carmina Paulus.
Nam quod emas possis iure uocare tuum.
                                                              (20, 2)

Poemas Paulo compra, recita sus poemas Paulo,
pues lo que compras, puedes con razón llamarlo tuyo.


~
Mentula tam magna est quantus tibi, Papyle, nasus,
ut possis, quotiens arrigis, olfacere.
                                                                 (36, 6)

Tienes un pene tan grande, Papylo, como tu nariz,
 para que puedas, cada vez que lo tenses, olfatearlo.


~
Versiculos in me narratur scribere Cinna:
Non scribit, cuius carmina nemo legit.
                                                           (9, 3)

Se cuenta que contra mí Cina escribe unos versillos:
no los escribe. Sus poemas nadie los lee.


~
Thaida Quintus amat." "Quam Thaida?" "Thaida luscam."
Vnum oculum Thais non habet, ille duos.
                                                             (8, 3)

A Tais Quinto ama. “¿A qué Tais?” “A Tais la tuerta”.
Un solo ojo Tais no tiene; aquel, ¡dos!


~
Omnes quas habuit, Fabiane, Lycoris amicas
extulit: uxori fiat amica meae.
                                                         (24, 4)

¡Fabián!, Licoris a todas las amigas que tuvo
las enterró: ¡que se haga amiga de mi mujer!




Catulo (VII) y Marcial (34,6)

Catulo:

Preguntas, Lesbia, cuántos besos tuyos 
me son bastantes y suficientes.
Cuan el gran número de arena de Libia
yace en Cirene, rica en laserpicio,
entre el oráculo del ardiente Júpiter
y el sepulcro sagrado del antiguo Bato,
o cuantas muchas estrellas, al callar la noche,
ven los furtivos amores de los mortales.
Que tantos besos le dieras
al loco de Catulo le es bastante y suficiente,
para que los curiosos no puedan contarlos
ni hechizar con perversa lengua.

Quaeris, quot mihi basiationes
tuae, Lesbia, sint satis superque.
quam magnus numerus Libyssae harenae
laserpiciferis iacet Cyrenis,
oraclum Iovis inter aestuosi
et Batti veteris sacrum sepulcrum;
aut quam sidera multa, cum tacet nox,
furtivos hominum vident amores:
tam te basia multa basiare
vesano satis et super Catullost,
quae nec pernumerare curiosi
possint nec mala fascinare lingua.


Marcial:

Dame, Diadumena, besos breves. “¿Cuántos?”, preguntas.
Las olas del Océano a contar me ordenas
y las conchas esparcidas por las costas del mar Egeo
y las abejas que vagan por el monte de Cécrope
y las voces y palmas que suenan en el teatro lleno
cuando el pueblo ve el rostro del imprevisto César.
No quiero cuantos la suplicada Lesbia le dio
al ingenioso Catulo: pocos desea quien contarlos puede.

Basia da nobis, Diadumene, pressa. "Quot?" inquis.
Oceani fluctus me numerare iubes
et maris Aegaei sparsas per litora conchas
et quae Cecropio monte uagantur apes,
quaeque sonant pleno uocesque manusque theatro
cum populus subiti Caesaris ora uidet.
Nolo quot arguto dedit exorata Catullo
Lesbia: pauca cupit qui numerare potest.

Tres epigramas de Marcial

~
Si memini, fuerant tibi quattuor, Aelia, dentes:
expulit una duos tussis et una duos.
Iam secura potes totis tussire diebus:
nil istic quod agat tertia tussis habet.
                                                     (1, 19)

Si mal no recuerdo, Elia, tuviste cuatro dientes:
dos los arrancó una tos y dos, otra.
Ya segura podrás toser todos los días:
ahí una tercera tos nada que hacer tiene.


~
Thais habet nigros, niueos Laecania dentes.
Quae ratio est? Emptos haec habet, illa suos.
                                                                   (5, 43)

Tais tiene negros los dientes, níveos Lacania.
¿Cuál es el motivo? Comprados los tiene esta; aquella, los suyos.


~
Basia das aliis, aliis das, Postume, dextram.
Dicis 'Vtrum mauis? elige.' Malo manum.
                                                              (2, 21)

Besos les das a unos, a otros, Póstumo, les das la diestra.
Dices, “¿cuál de los dos prefieres? Elije.” Prefiero la mano.



Catulo, VIII

Mísero Catulo, deja de hacer lo inepto
y lo que ves que ha perecido, perdido juzga.
Fulgieron en otro tiempo cándidos para ti los soles,
cuando venías adonde la muchacha te conducía,
amada por nos cuanto no será amada ninguna.
Allí aquellas muchas cosas, entonces jocosas, se hacían,
las cuales tú querías y tu muchacha no rechazaba.
Fulgieron verdaderamente cándidos para ti los soles.
Ahora ya ella no quiere: tú también, impotente, no quieras,
ni a la que huye sigas, ni miserable vivas,
sino que con obstinada mente soporta, resiste.
Adiós, muchacha. Ya Catulo resiste,
y no te requerirá ni rogará de mala gana;
pero tú te dolerás cuando ninguna seas rogada.
Impía, ¡ay de ti! ¡Qué vida te aguarda!
¿Quién ahora a ti acudirá? ¿Por quién serás vista bella?
¿A quién ahora amarás? ¿De quién se dirá que eres?
¿A quién besarás? ¿A quién los labios morderás?
Pero tú, Catulo, resuelto, resiste.


Texto original:

Miser Catulle, desinas ineptire,
et quod vides perisse perditum ducas.
fulsere quondam candidi tibi soles,
cum ventitabas quo puella ducebat,
amata nobis quantum amabitur nulla.
ibi illa multa tum iocosa fiebant,
quae tu volebas nec puella nolebat.
fulsere vere candidi tibi soles.
nunc iam illa non vult: tu quoque, impotens, noli,
nec quae fugit sectare, nec miser vive,
sed obstinata mente perfer, obdura.
vale, puella, iam Catullus obdurat,
nec te requiret nec rogabit invitam.
at tu dolebis, cum rogaberis nulla.
scelesta, vae te! quae tibi manet vita!
quis nunc te adibit? cui videberis bella?
quem nunc amabis? cuius esse diceris?
quem basiabis? cui labella mordebis?
at tu, Catulle, destinatus obdura!