Catulo, XI

En vista de la sintaxis compleja de este poema y de la  máxima fidelidad hacia el latín que esta vez he intentado alcanzar, conviene que ante todo haga una serie de aclaraciones. Las condicionales que hay desde el segundo verso al doceavo dependen, a mi entender, de la aposición <<comites Catulli>> (acompañantes de Catulo) y no, como otros consideran, de <<parati simul temptare>> (preparados para al mismo tiempo tentar todas estas cosas...), que aparece mucho más abajo. Luego, en el decimotercero verso de mi traducción, Catulo vuelve a dirigirse a Furio y Aurelio y es entonces cuando nos encontramos el verbo principal, <<nuntiatis>> (anunciad). En definitiva, sólo a mediados del poema logramos entender cuál es el propósito del poeta, lo cual dificulta su lectura tanto en latín como en español. Por último -ahora me dirijo especialmente a los de Clásicas-, me gustaría resaltar la fuerza del siguiente verso y su sintaxis ambigua, que he intentado reflejar en mi traducción manteniendo el orden de palabras: <<[cum suis (...) moechis] quos simul complexa tenet trecentos>>. En efecto, parece que todo va con todo: que <<simul>> afecta tanto a <<complexa>> como a <<tenet>>; por otra parte, no está claro si <<quos>> modifica a las dos formas verbales y <<trecentos>> es predicativo de él, o si por el contrario sólo a <<complexa>> o a <<tenet>>. Y sin intención de liar más el asunto, aquí os dejo el poema:

Furio y Aurelio, acompañantes de Catulo
si en los extremos de la India penetrara,
donde el litoral a lo lejos es tundido
por la resonante onda del Oriente,
o si en los hircanos  o en los árabes tiernos, 
o  si en los sagas o en los flecheros partos,
o si en las profundidades que el Nilo
siete veces gémino de sí colora,
o si más allá de los altos Alpes marchara,
viendo los monumentos del gran César,
el gálico Rin, y los horribles y
últimos britanos;
preparados para al mismo tiempo tentar
todas estas cosas, cualesquiera que presente
la voluntad de los dioses,
anunciadle a mi muchacha
pocas y no buenas palabras.
Que viva y esté bien con sus amantes,
a los que a la vez abrazada a trescientos sostiene
a ninguno amando de verdad, pero de igual forma 
las costillas de todos rompiendo;
y que no se vuelva, como antes, hacia mi amor,
que por la culpa de aquella ha caído como la flor
del borde del prado, después de ser tocada
por el arado que le pasa por delante.


Furi et Aureli comites Catulli,
sive in extremos penetrabit Indos,
litus ut longe resonante Eoa
tunditur unda,
sive in Hyrcanos Arabesve molles,
seu Sagas sagittiferosve Parthos,
sive quae septemgeminus colorat
aequora Nilus,
sive trans altas gradietur Alpes,
Caesaris visens monimenta magni,
Gallicum Rhenum horribile aequor ulti-
mosque Britannos,
omnia haec, quaecumque feret voluntas
caelitum, temptare simul parati,
pauca nuntiate meae puellae
non bona dicta.
cum suis vivat valeatque moechis,
quos simul complexa tenet trecentos,
nullum amans vere, sed identidem omnium
ilia rumpens;
nec meum respectet, ut ante, amorem,
qui illius culpa cecidit velut prati
ultimi flos, praetereunte postquam
tactus aratro est.

Un epigrama de Marcial

<<Ríe si sabes, ¡oh muchacha!, ríe>>
había dicho, creo, un poeta de Polignos:
pero no lo había dicho a todas las muchachas.
Pero aunque se lo dijera a todas las muchachas,
no te lo dijo a ti: tú una muchacha no eres,
y tres son, Maximina, tus dientes,
pero completamente de pez y boj.
Por esa razón, si en el espejo y en mí crees,
debes temer la risa no de otra forma
a como Espanio el viento y Prisco la mano,
a como la arcillosa Fabula teme el nimbo,
a como la encerada Sabela teme el sol.
Vístete de un rostro más severo
que la mujer de Príamo y su nuera mayor;
los mimos del cómico Filistión
y los convites demasiado viciosos evita
y cualquier cosa de ingeniosa procacidad
que afloja los labios con risa transparente.
Te conviene sentarte junto a una madre afligida
y que llora a su hombre o a su piadoso hermano,
y sólo dedicar tus ratos de ocio a las trágicas musas.
Pero tú, si mi opinión has seguido,
llora si sabes, ¡oh muchacha!, llora.
                                                  (II, 41)

'Ride si sapis, o puella, ride'
Paelignus, puto, dixerat poeta:
sed non dixerat omnibus puellis.
Verum ut dixerit omnibus puellis,
non dixit tibi: tu puella non es,
et tres sunt tibi, Maximina, dentes,
sed plane piceique buxeique.
Quare si speculo mihique credis,
debes non aliter timere risum,
quam uentum Spanius manumque Priscus,
quam cretata timet Fabulla nimbum,
cerussata timet Sabella solem.
Voltus indue tu magis seueros,
quam coniunx Priami nurusque maior;
mimos ridiculi Philistionis
et conuiuia nequiora uita
et quidquid lepida procacitate
laxat perspicuo labella risu.
Te maestae decet adsidere matri
lugentique uirum piumue fratrem,
et tantum tragicis uacare Musis.
At tu iudicium secuta nostrum
plora, si sapis, o puella, plora.

Heroida I, Ovidio

Carta que Ovidio imagina que Penélope le escribe a Ulises, quien aún no ha regresado de la guerra de Troya. Como referencia se puede consultar este texto en latín, aunque no es el que he trabajado:

Esta carta tu Penélope, Ulises, te envía a ti demoroso1:
nada me contestes; ven tú mismo, sin embargo2.
Troya yace, sin duda de las dánaas muchachas aborrecida.
Apenas Príamo y Troya entera fue para tanto.
¡Ojalá entonces, cuando a Lacedemonia en barco se dirigía,
hubiera sido sepultado el adúltero por aguas furiosas!3
Yo no hubiera yacido, frígida, en un lecho desierto;
no me quejaría de que, abandonada, tardos discurran los días
ni fatigaría mis viudas manos la tela colgante4,
a mí que intentaba engañar a la espaciosa noche.
¿Cuándo no temí yo peligros más duros que los reales?
Cosa llena de un temor angustioso es el amor.
Contra ti imaginaba que marcharían violentos troyanos;
ante el nombre de Héctor pálida siempre estaba.
Si alguien narraba que por Héctor Antíloco5 había sido vencido,
Antíloco era la causa del temor mío,
si que el Menecíada6 había caído bajo engañosas armas,
lloraba que tus engaños7 pudieran carecer de éxito.
Con sangre Tlepólemo8 había entibiado el hasta licia;
con la muerte de Tlepólemo se renovó la preocupación mía.
En fin, fuese quien fuese el abatido en campamento aqueo9,
era mi pecho de amante más frío que el hielo.
Pero bien ha deliberado la divinidad, favorable a un amor casto;
convertida en cenizas está Troya con mi esposo a salvo.
Regresaron los jefes argólicos; humean los altares;
se coloca ante los dioses patrios el botín bárbaro.
Llevan las mujeres gratos regalos por sus sanos maridos,
cantan aquellos que los hados troyanos han sido vencidos
por los suyos];
se admiran los ancianos juiciosos y las trépidas muchachas;
la mujer cuelga de la boca de su hombre que narra
y alguien muestra, puesta la mesa, fieros combates.
<<Por aquí iba el Simunte10, por aquí está la tierra sigea11;
aquí de pie se había mantenido el real sublime del anciano Príamo;
allá estaba la tienda del Eácida12, allá la de Ulises;
aquí el lacerado Héctor aterrorizó a los caballos
que iban a galope tendido]>>.
Y es que todo el anciano Néstor se lo había referido
a tu nacido13, enviado a buscarte, y aquel a mí.
Refirió también que Reso14 y Dolón habían sido muertos
por el hierro],
cómo uno fue traicionado por el sueño, otro por un engaño.
Osaste,  olvidado demasiado de los tuyos, demasiado,
a llegar con nocturno engaño a los campamentos tracios
y a matar a la vez a tantos hombres, ayudado por sólo uno.
Sin embargo, ¡bien cauto eras y te acordabas antes de mí!
Sin cesar de miedo se estremeció mi pecho hasta que se dijo
que victorioso habías pasado a lo largo del ejército amigo
en caballos ismarios 15].
Pero, ¿de qué me sirve, separada de los brazos tuyos,
Ilión y el suelo que antes fue muralla,
si permanezco cual  yo permanecía cuando Troya duraba
y mi hombre, que por mí ha de ser echado en falta,
sin tregua está lejos?]
Destruida está para el resto, para mí sola queda Pérgamo,
que ara victorioso el colono con buey cautivo.
Ya hay siega, donde Troya estuvo, y con la hoz ha de cortarse;
rebosa de sangre frigia el humus pingüe;
los huesos medio sepultados de los hombres son golpeados 
por curvos arados; oculta la hierba las casas ruinosas.
Victorioso estás lejos y saber la causa de tu demora
o en qué orbe, insensible, te escondes, no me es lícito.
Quienquiera que a estas orillas16 su peregrina popa gira,
aquel se marcha no sin que por mí sea preguntado sobre ti,
y para que te la devuelva, si es que tan sólo en parte alguna te viera,
a este se le entrega una carta escrita con mis propios dedos.
Yo a Pilos, neleo labrantío del anciano Néstor,
la envié; incierta es la noticia remitida de Pilos;
la envié también a Esparta; es también Esparta
desconocedora de la verdad].
¿Qué tierras habitas o  en dónde, demoroso, estás ausente?
Mejor que se mantuvieran todavía ahora las murallas de Febo17;
(¡Oh!, ¡yo misma me enervo con mis deseos inconstantes!).
Sabría dónde luchas y sólo las guerras temería
y a muchas sería unida mi querella.
Qué temo ignoro; temo, sin embargo, todo en mi demencia
y se extiende a mis preocupaciones un ancha superficie.
Sean los que sean los peligros que el mar tiene, los que la tierra,
sospecho que son las causas de tan luenga demora.
Mientras  yo tontamente esto medito, ¡qué libertinaje el tuyo!,
puedes estar capturado por un amor peregrino18.
Quizá incluso narras cuán rústica esposa tienes,
la cual sólo no permite que rudas estén las lanas.
Que me equivoque y esta acusación se desvanezca en  la tenue brisa
y que, libre para regresar, no quieras estar lejos.
Mi padre Icario a salir del viudo lecho me obliga
y sin cesar reprende tus inmensas demoras.
¡Que las reprenda mientras le sea lícito! Tuya soy,
que se me diga tuya es oportuno;]
yo, Penélope, seré siempre la mujer de Ulises.
Aquel, sin embargo, con mi piedad y súplicas
se conmueve y él mismo sus fuerzas templa.
Pretendientes de Duliquio, Samos y aquellos
a los que engendró la elevada Zacinto, lujuriosa turba,
contra mí se precipitan y mandan en tu palacio
sin nadie que lo impida;]
son despedazadas mis entrañas y tus riquezas.
¿Qué contarte de Pisandro y Pólibo y del cruel Medonte
y de las ávidas manos de Eurímaco y Antínoo
y del resto, a los que, torpemente de todo ausente,
alimentas tú mismo con lo que adquiriste con tu sangre?
Iro, el mendigo, y Melancio, el encargado de alimentar el ganado,
se dedican a dañarte, suprema vergüenza.
Tres en número somos los débiles: tu mujer sin fuerzas,
el anciano Laertes y  el pequeño de Telémaco.
Poco ha que aquel casi que se me arranca por emboscadas
mientras prepara ir a Pilos contra la opinión de todos.
¡Que los dioses, lo suplico, esto ordenen, que él,
transcurriendo en orden los hados, cierre mis ojos, y él los tuyos!
Esto hacen el que custodia los bueyes, la longeva nodriza19,
y en tercer lugar, el fiel guardián de la pocilga inmunda20.
Pero Laertes, como ya no sirve para las armas,
no puede en medio de enemigos mantener el reino.
A Telémaco le llegará (que viva solamente) una edad más vigorosa:
aquella ahora debía ser protegida por los auxilios de su padre;
y yo no tengo fuerzas para repeler de los techos a enemigos.
¡Ven rápido tú, puerto y altar para los tuyos!
Tienes y que lo tengas, suplico, un hijo que en sus tiernos años
debía ser enseñado en las artes de su padre.
Observa a Laertes; para que ya cierres sus ojos,
aquel retiene el último día de su hado.
Y sin duda yo, que había sido una muchacha cuando partiste,
aunque pronto vengas, se me verá hecha una anciana.

1: “Lentus”, además de “demoroso”, puede tener un matiz sexual que aquí podría implicar que el mismo Ulises no tiene deseos de reunirse con Penélope.
2: El texto que he trabajado, que no es el de Latin Library, da “tamen” en lugar de “attinet” y de ahí mi traducción.
3: Se refiere a Paris, quien raptó a Helena y provocó la movilización de los griegos para rescatarla, entre ellos Ulises.
4: La tela es aquella que estaba obligada a tejer, cuya finalización suponía que habría de casarse de nuevo.
5: Hijo de Néstor, rey de Pilos y prototipo de anciano prudente.
6: Patroclo, quien luchó con las armas de Aquiles, temor de los troyanos, para engañarlos.
7: Ulises era conocido por su astucia y sus engaños.
8: Hijo de Hércules y Astíoque que fue matado por Sarpedón, el rey de Licia.
9: Los aqueos eran los griegos.
10: Río de Tróade, región que tenía por capital Troya.
11: Por Sigeo, fortaleza, promontorio y puerto de la Tróade.
12: Aquiles.
13: Telémaco, hijo de Ulises.
14: Reso era el rey de Tracia y Dolón un troyano hijo de un heraldo. Ulises y Diomedes mataron a Reso mientras dormía y a Dolón cuando éste intentaba entrar como espía en el campamento griego.
15: Ísmaro era el nombre de una ciudad y un monte de Tracia.
16: Ítaca.
17: Las murallas de Troya fueron construidas por Febo y Neptuno.
18: Referencia a Calipso.
19: Euriclea.
20: Eumeo.

Bucólica II, Virgilio

Esta es la segunda de la diez églogas de Virgilio y el gran referente del Polifemo y Galatea de Ovidio. El texto original puede verse aquí: http://www.thelatinlibrary.com/vergil/ec2.shtml


El pastor Coridón ardía por el hermoso Alexis,
delicias de su dueño, y qué esperar no tenía.
Solamente entre densas hayas, cimas umbrosas,
asiduamente venía.  Allí estas confusas palabras
él solo a montes y bosques con afán inane lanzaba:

<<Oh, cruel Alexis, ¿en nada estimas mis cantos?
¿De lo nuestro no te compadeces en nada?
¿A morir finalmente me obligas?].
Buscan  las reses todavía ahora las sombras y el frío,
ahora además los zarzales verdes lagartos ocultan,
y Testílide a golpes muele para los segadores fatigados
por el calor arrebatador ajos, serpol y olorosas hierbas.
Y resuenan conmigo bajo el sol ardiente los arbustos
con roncas cigarras, mientras tus huellas lustro.
¿Acaso no te fue bastante las funestas iras de Amarilis
y sus soberbios enfados soportar?
¿Acaso a Menalcas,
aunque aquel negro, aunque tú cándido fueses?
Oh, hermoso muchacho, demasiado en el color no confíes:
los blancos ligustros caen, los arándanos negros se recolectan.
Despechado por ti soy y quién soy, Alexis, no preguntas,
cuán rico en ganado, cuán en nívea leche abundante.
Mil corderas mías yerran en los sicilianos montes;
la leche en verano nueva no me falta, ni en el frío.
Canto lo que solía, si alguna vez a sus rebaños llamaba,
Anfión de Dirce en el Arancinto de Acaya.
Y no soy tan feo: poco ha que en la orilla me he visto,
mientras tranquilo de viento el mar permanecía. Yo a Dafnis,
contigo como juez, no temeré, si es que nunca engaña la imagen.
¡Oh, que sólo te agrade habitar conmigo sórdidos campos
y humildes casas y cazar ciervos,
y reunir la grey de cabritos con verde malvavisco!
Conmigo a una en los bosques imitarás a Pan cantando
(Pan primero decidió unir muchos cálamos con cera,
Pan se preocupa por las ovejas y los maestros de las ovejas),
y que no te apene con el cálamo haber trillado tus labios:
para conocer esto mismo, ¿qué no hacía Amintas?
Tengo, compactada con siete cicutas dispares,
una fístula, que en otro tiempo me dio Damoetas como regalo,
y dijo al morir: <<a ti ahora te tiene esta como el segundo>>;
lo dijo Damoetas; me envidió el necio de Amintas.
Además, encontrados por mí en un valle sin tutela,
dos cabritillos, cubiertas aún ahora sus pieles de blanco,
cada dos días secan las ubres de la oveja; estos te sirvo.
Ya hace tiempo que por apartarlos de mí suplica Testílide;
y lo hará, puesto que desprecias mis regalos.
Estate acá, hermoso muchacho: a ti lirios en canastos
llenos, helos aquí, te llevan las Ninfas; para ti la cándida Náyade,
pálidas violas y lo alto de las amapolas arrancando,
el narciso y la flor del bienoliente aneto une;
luego,  con canela y otras suaves hierbas tejiéndolos,
tiernos arándonos pinta con amarillenta margarita.
Yo mismo recogeré manzanas canas de vello tierno
y castañas, las cuales mi Amarilis amaba;
añadiré céreas ciruelas (honor será también para este fruto),
y a vosotros, ¡oh, laureles!, os arrancaré y a ti,  cercano mirto,
así colocados porque mezcláis suaves olores.
Bobo eres, Coridón: ni por los regalos se preocupa Alexis,
ni, si por regalos disputaras, te los cedería Jolas.
¡Ay, ay!, ¿qué he querido para mí, miserable? Perdido, en las flores
el Austro he metido y en líquidos manantiales los jabalíes.
¿De quién huyes, demente? Habitaron dioses también los bosques
y el dardanio Paris. Palas, las ciudadelas que fundó,
ella misma cuida; a nosotros nos plazcan ante todo los bosques.
La torva leona al lobo sigue, el lobo mismo a la cabra,
la lasciva cabra persigue el floreciente cítiso,
a ti Coridón, ¡oh, Alexis!: a cada uno lo arrastra su apetito.
Mira, los novillos llevan los arados suspendidos a su yugo,
 y el sol que desciende duplica las sombras  que crecen;
a mí sin embargo me abrasa el amor: pues, ¿qué medida existe
 para el amor?]
¡Ay, Coridón, Coridón! ¡Qué demencia te ha capturado!
Medio podada por ti está la frondosa vid en el olmo:
¿por qué al menos no preparas entretejer algo mejor
con mimbre y tierno junco, de cuya utilidad careces?
Encontrarás, si este te fastidia, a otro Alexis>>.

Polifemo y Galatea, de Ovidio

Esta historia, que se desarrolla en Sicilia, pertenece al decimotercero libro de las Metamorfosis de Ovidio. En ella Galatea, quien ama a Acis, empieza a contar cómo actúa Polifemo, el cíclope, al enamorarse de ella. Luego será este quien tome la palabra hasta casi el final, que será narrado por Galatea de nuevo.
El texto original se puede ver en los versos 570- 897 pinchando en este enlace: http://www.thelatinlibrary.com/ovid/ovid.met13.shtml


De Fauno y la ninfa Simétide había Acis nacido,
gran placer de su padre y madre sin duda,
pero mío mayor; pues sólo a él me había unido.
Hermoso y con ocho años dos veces cumplidos,
con vello dudoso había marcado sus tiernas mejillas:
deseaba yo a este, a mí sin límite alguno el Cíclope;
y si preguntaras, decir no podría si en mí
fue más manifiesto el odio al Cíclope o el amor a Acis:
par fue uno y otro. ¡Oh, cuán grande es la fuerza
de tu reino, Venusnutricia! Conque aquel, salvaje
y para los propios bosques espantoso, y por huésped
alguno no visto sin peligro]
y despreciador del gran Olimpo con sus dioses,
qué es el amor sintió y por su deseo hacia mí capturado,
se abrasa de sus ganados y sus cuevas olvidado.
Y ya por el aspecto, ya la preocupación por agradar tienes,
ya tus rígidos cabellos, Polifemo, peinas con rastrillos,
ya te place cortar con la hoz tu hirsuta barba,
y en el agua contemplar y recomponer tu fiero semblante;
el amor a la matanza y la fiereza y la sed inmensa de sangre
cesan, y vienen y se alejan seguras las naves.
Télemo entretanto, que al siciliano Etna había sido llevado,
Télemo el Eurímida, al que ningún augurio había engañado,
al terrible Polifemo acude y dijo: <<esa única luz2
que llevas en el centro de tu frente, te la quitará  Ulises>>.
Rió y dijo: <<¡Oh, el más necio de los adivinos, te engañas!
Otra ya me la ha quitado>>. Así, al que verdades en vano advierte,
lo desprecia y o marchando con ingente paso
las playas hunde o cansado regresa bajo su cueva umbrosa.
Hacia el ponto sobresale, con luenga cumbre, acuñada
una colina y baña una y otra costa la ola de la superficie.
Aquí fiero sube el Cíclope y en el centro se sienta;
lanudas reses sin nadie que las guíe lo siguieron.
Después de que por él fue colocado ante sus pies un pino,
que le proporcionó el servicio de bastón,
apto para soportar antenas,]
y de que tomada fue una fístula formada con cien cañas,
sintieron los montes enteros pastoriles silbidos,
los sintieron las olas. Estando escondida yo en la peña
y en el regazo de mi Acis estando sentada, con mis oídos
a lo lejos percibí tales palabras al ser dichas y oídas, las anoté:
<<más cándida, Galatea, que la hoja de un níveo ligustro,
más florida que los prados, más alta que un alargado aliso,
más brillante que el vidrio, más lasciva que un tierno cabrito,
más pulida que las conchas desgarradas por la incesante superficie,
más agradable que el sol en invierno, que la sombra en verano,
más excelente que los frutos, más vistoso que un elevado plátano,
más luminosa que el hielo, más dulce que la madura uva,
más tiernas que las plumas de un cisne y que la cuajada leche,
y si no huyes, más hermosa que un regado huerto:
sin embargo, Galatea, más salvaje que  los indómitos novillos,
más dura que la añosa encina, más falaz que las olas,
más tenaz que las ramas del sauce y las blancas vides,
más inamovible que estas rocas, más violenta que la corriente un río,
más altanera que un elogiado pavo, más ardiente que el fuego,
más áspera que los tríbulos, más truculenta que una osa recién parida,
más sorda que las profundidades,  más salvaje que una pisada hidra,
y lo que especialmente quisiera poder quitarte,
no sólo más fugaz que un ciervo perseguido por sonoros ladridos,
sino también que los vientos y la alada brisa
(pero si bien me conocieras, te pesaría huir
y tú misma condenarías tus reparos y en retenerme te esforzarías).
Tengo yo,  parte del monte, cuevas colgantes de viva roca,
en las que ni el sol se siente a mediados de verano
ni se siente el invierno; hay frutos cargando ramos;
hay uvas similares al oro en luengas vides,
las hay también purpúreas: te servimos tanto estas como aquellas.
Tú misma recolectarás con tus manos tiernas fresas
nacidas bajo sombra silvestre, tú misma frutos del cornejo otoñales
y ciruelas, no sólo lívidas de negro jugo,
sino también generosas3 y que imitan a las nuevas ceras;
siendo tu esposo, ni te faltarán castañas
ni frutos del madroño: todo árbol estará a tu servicio.
Todo este ganado es mío; también muchas cabezas
pastan  por mis valles, a muchas el bosque las oculta,
y otras están metidas en cuevas.
Y si acaso me preguntas, no podría decirte cuántas son.
¡De pobres es contar el ganado! Sobre las glorias de estas
nada me podrías creer: tú misma en persona puedes ver
cómo apenas rodean con las patas sus ubres hinchadas.
Tengo, camada menor, corderos en tibios rediles,
tengo también, de igual edad, en otros rediles cabritos.
Tengo siempre a mano nívea leche: una parte de ahí se conserva
para ser bebida, la otra la endurecen los coágulos líquidos.
Y no sólo mascotas fáciles y regalos corrientes te
tocarán, gamos y liebres y un macho cabrío
y un par de palomas y un nido quitado de su copa:
he encontrado en lo alto de los montes los cachorros gemelos
de una osa velluda que podrían jugar contigo,
tan semejantes entre ellos que apenas podrías diferenciarlos;
los encontré y dije: <<a mí ama le serviremos estos>>.
¡Ahora saca ya la nítida cabeza del azulado ponto4,
ven ya, Galatea, y no desprecies mis regalos!
Yo desde luego me conozco y me he visto hace poco
en el reflejo del agua líquida y a mí, al verlo,
me ha gustado mi aspecto.]
Observa cuán grande soy: no es Júpiter en el cielo más grande
que este cuerpo (pues vosotros soléis contar que no sé qué
Júpiter reina), abundante cabellera sobresale a mi torvo rostro
y los hombros, como bosques, cubre,
y no consideres repugnante el hecho de que mi cuerpo
se erice densísimo de rígidas cerdas: feo el árbol sin su follaje,
feo el caballo si sus crines no adornan su amarillenta cerviz;
pluma cubre las aves, para las ovejas su lana sirve de gala:
la barba y las erizadas cerdas en el cuerpo les sientan bien a los varones.
Una sola es la luz en medio de mi frente, pero tan grande
como un ingente escudo. ¿Y qué? ¿No ve el gran Sol todas estas cosas
desde el cielo? Sin embargo, el Sol tiene un único disco.
Añade que mi padre5 reina en vuestra marina superficie:
a este te doy como suegro. ¡Compadécete solamente y los ruegos
del suplicante escucha! Sólo ante ti sucumbo,
y yo que desprecio a Júpiter y el cielo y el penetrante rayo,
Nereida, te venero; es tu ira más cruel que el rayo.
Y yo sería más soportador de este desprecio
si huyeras de todos: pero, ¿por qué, rechazado el Cíclope,
amas a Acis y prefieres a Acis a mis abrazos?
Será lícito, sin embargo, que él a sí mismo se agrade
y que te agrade a ti, lo cual yo no quisiera, Galatea:
con tal de que se me de la oportunidad,
comprenderá que fuerzas tengo en proporción
a mi cuerpo tan grande.]
Arrancaré sus entrañas vivas y por los campos esparciré
sus miembros descuartizados, y por tus olas (¡que así se te mezcle!).
Pues me abraso y atizado, hierve más ardiente el fuego,
y me parece con sus fuerzas llevar, trasladado, el Etna
en el pecho: ¡y tú no te conmueves, Galatea!>>.
Habiendo deplorado en vano tales cosas (pues todo yo lo presenciaba)
se levanta y como un toro furibundo por haberle sido arrebatada su vaca,
estarse quieto no puede y vaga por el bosque y los sotos conocidos:
cuando fiero nos ve a mí y a Acis, sin darnos cuenta
y sin temer algo semejante, exclama: <<os veo y haré
que ese sea la última unión de vuestra Venus>>.
Y fue la voz aquella tan grande como un cíclope airado
debió tenerla: con el clamor se horrorizó el Etna.
Pero yo, asustada, me sumerjo bajo la cercana superficie;
el héroe del Simeto6 habíase dado a la fuga
y había dicho: <<¡Galatea, tráeme ayuda, te lo suplico!
¡Ayudadme, padres, y acoged en vuestro reino al que va a morir!>>.
Lo sigue el Cíclope y una parte arrancada del monte
arroja, y aunque el extremo de la esquina de la piedra
llegó hasta él, enterró sin embargo a Acis por completo;
pero yo hice lo que sólo estaba permitido por los hados que se hiciera,
que Acis recibiera fuerzas ancestrales.
Desde la mole manaba purpúrea la sangre, y en poco tiempo
el rojo color empezó a desvanecerse,
y al principio se hace el color de un río turbado por la lluvia
y con el tiempo se limpia; luego, herida, se abre la mole
y por las grietas surge una viva y elevada caña,
y la hueca boca de la piedra suena desbordándose las aguas:
y, cosa admirable, de repente se elevó hasta medio vientre
un joven ceñido de nuevos cuernos con cañas flexibles,
quien, salvo porque mayor, porque cerúleo en su rostro entero,
Acis era. Pero sin embargo, también así era Acis en río
convertido y conservaron sus corrientes el antiguo nombre.

- Venus1: Diosa del amor.
- Luz2: El cíclope tenía un único ojo, que se lo arrebató Ulises junto con sus compañeros.
- Generosas3: Tipo de ciruela.
- Azulado ponto4: Galatea es una divinidad marina hija de Nereo. 
- Mi padre5: Polifemo era hijo de Neptuno, dios del mar.
- Héroe del Simeto6: Acis.

Cinco epigramas de Marcial

~
Carmina Paulus emit, recitat sua carmina Paulus.
Nam quod emas possis iure uocare tuum.
                                                              (20, 2)

Poemas Paulo compra, recita sus poemas Paulo,
pues lo que compras, puedes con razón llamarlo tuyo.


~
Mentula tam magna est quantus tibi, Papyle, nasus,
ut possis, quotiens arrigis, olfacere.
                                                                 (36, 6)

Tienes un pene tan grande, Papylo, como tu nariz,
 para que puedas, cada vez que lo tenses, olfatearlo.


~
Versiculos in me narratur scribere Cinna:
Non scribit, cuius carmina nemo legit.
                                                           (9, 3)

Se cuenta que contra mí Cina escribe unos versillos:
no los escribe. Sus poemas nadie los lee.


~
Thaida Quintus amat." "Quam Thaida?" "Thaida luscam."
Vnum oculum Thais non habet, ille duos.
                                                             (8, 3)

A Tais Quinto ama. “¿A qué Tais?” “A Tais la tuerta”.
Un solo ojo Tais no tiene; aquel, ¡dos!


~
Omnes quas habuit, Fabiane, Lycoris amicas
extulit: uxori fiat amica meae.
                                                         (24, 4)

¡Fabián!, Licoris a todas las amigas que tuvo
las enterró: ¡que se haga amiga de mi mujer!




Catulo (VII) y Marcial (34,6)

Catulo:

Preguntas, Lesbia, cuántos besos tuyos 
me son bastantes y suficientes.
Cuan el gran número de arena de Libia
yace en Cirene, rica en laserpicio,
entre el oráculo del ardiente Júpiter
y el sepulcro sagrado del antiguo Bato,
o cuantas muchas estrellas, al callar la noche,
ven los furtivos amores de los mortales.
Que tantos besos le dieras
al loco de Catulo le es bastante y suficiente,
para que los curiosos no puedan contarlos
ni hechizar con perversa lengua.

Quaeris, quot mihi basiationes
tuae, Lesbia, sint satis superque.
quam magnus numerus Libyssae harenae
laserpiciferis iacet Cyrenis,
oraclum Iovis inter aestuosi
et Batti veteris sacrum sepulcrum;
aut quam sidera multa, cum tacet nox,
furtivos hominum vident amores:
tam te basia multa basiare
vesano satis et super Catullost,
quae nec pernumerare curiosi
possint nec mala fascinare lingua.


Marcial:

Dame, Diadumena, besos breves. “¿Cuántos?”, preguntas.
Las olas del Océano a contar me ordenas
y las conchas esparcidas por las costas del mar Egeo
y las abejas que vagan por el monte de Cécrope
y las voces y palmas que suenan en el teatro lleno
cuando el pueblo ve el rostro del imprevisto César.
No quiero cuantos la suplicada Lesbia le dio
al ingenioso Catulo: pocos desea quien contarlos puede.

Basia da nobis, Diadumene, pressa. "Quot?" inquis.
Oceani fluctus me numerare iubes
et maris Aegaei sparsas per litora conchas
et quae Cecropio monte uagantur apes,
quaeque sonant pleno uocesque manusque theatro
cum populus subiti Caesaris ora uidet.
Nolo quot arguto dedit exorata Catullo
Lesbia: pauca cupit qui numerare potest.